Comentario
En Cataluña, la afluencia de escultores franceses, flamencos o italianos parece disminuir después de mitad del siglo XIV, al consolidarse una escuela propia, siempre abierta a lo foráneo, pero con personalidad. El Maestro Aloy sigue trabajando en la segunda mitad del siglo y otro tanto ocurre con Jaume Cascalls. Este último quizás sea la figura más interesante, con su múltiple actividad e itinerancia: escultor, pintor y arquitecto. Con todo, requiere un nuevo estudio que defina exactamente qué le corresponde a él y desligarlo de Aloy, igual que la mejor definición de Bartomeu Robió obliga a disminuir su papel en Lérida. Robió es un importante artista, cuyas conexiones italianas cada vez se ponen más claramente de manifiesto. Su interés reside en su obra, sobre todo, pero también en ser el origen de una escuela a la que proporciona todos los modelos y que se prolonga en la diócesis hasta el siglo XV, con retablos, también es cierto, cada vez más torpes.
El primero de los grandes escultores catalanes de la época dorada es Pere Moragues. Ya surge en 1358 en la documentación y muere hacia 1387-88, por tanto treinta años más tarde, años que son de actividad constante, si atendemos más a los documentos que a lo conservado. Últimamente, atribuciones a su etapa juvenil permiten perfilar mejor su personalidad. El sepulcro de Hugo de Copons (Museo de Solsona) y el de Ramón Serra el Vell (Iglesia Santa María, Cervera) están minuciosamente ejecutados, en un lenguaje preferentemente idealista, aunque ya en el segundo asoma un cambio en el friso situado en alto, bajo el arco solio. Su obra maestra es el sepulcro del obispo zaragozano Fernández de Luna. Por un lado nos pone en relación con una de las grandes familias aragonesas que tendrá un tremendo protagonismo político y religioso, pero también como grandes promotores a partir de entonces. Por otro, se lleva a la última perfección un modelo sepulcral muy normal en Cataluña desde comienzos de siglo, ahora enriquecido temáticamente. La imponente figura del yacente y la buscada diversidad gestual y facial, permiten comparar la obra con cualquiera hecha entonces en Europa. Trabajó también para la iglesia de la Merced de Barcelona y se le atribuye una Virgen con el Niño en el Museo Marés (Barcelona).
Su equivalente en Gerona lo representa Guillem Morey, mallorquín arquitecto y escultor. Trabaja en la puerta de los Apóstoles, lateral de la catedral en obra, hacia 1375, pero lo más destacado son los sepulcros de Ramón Berenguer II y su esposa en el mismo lugar. En ellos se pone de manifiesto un sentido de lo lineal que no está reñido con un volumen pleno en una estética idealista.
En el palacio del rey Martín de Poblet, el arquitecto Arnau Bargué trabaja con un escultor que conoce los cambios que entonces se están produciendo en el norte de Francia y Flandes, que inmediatamente se reflejarán en Borgoña. Pero en estos momentos el gran centro es Barcelona.
La persona que parece condensar todos los esfuerzos y constituir un taller en el que trabajarán los grandes escultores de la siguiente generación es Pere Sanglada. Su obra más característica en este sentido es la sillería de la catedral de Barcelona, en la que se documentan, entre otros, a Pere Oller y Antoni Canet. Después de un viaje por Cataluña, Francia y Flandes, que le permitió conocer lo mejor que se hacía por entonces, comienza en 1394 y termina en 1499. En su escultura no sólo se pone de manifiesto el conocimiento de lo francés y flamenco, sino que en cuestiones compositivas parece hacerse eco de las sillerías inglesas anteriores. Magnífico es el yacente del obispo santo Oleguer (Olegario) que hubo de hacer para la catedral y es lo único que conservamos de algo más complejo. Finalmente, el san Rafael de la Casa de la Ciudad se le atribuye con muchas probabilidades.Con Antoni Canet tropezamos con una personalidad cuyo interés desborda mucho el ámbito de la escultura, al ser maestro de obra de dos catedrales, y, sin embargo, es un magnífico escultor con un volumen de trabajo que parece escaso, no porque no se haya conservado, sino porque la documentación tampoco es muy abundante. Un trabajo genial se conserva: el sepulcro del obispo Escales, en la catedral de Barcelona (1409-1412). El alabastro es una materia dúctil en sus manos. Compositivamente nada nuevo, es su calidad, la elegancia de sus figuras, la presencia de un aire internacional, con un carácter más pictórico de lo que cabría pensar en quien fue escultor y arquitecto.
Pere Oller, seguramente muy joven, cobra pequeños jornales por su trabajo en la sillería de coro de Sanglada. No será la madera, sino el alabastro lo que preferirá para sus retablos y sepulcros. Menos conocido y estudiado, es también otro artista con un catálogo bastante amplio. En él destaca el esplendoroso retablo de la catedral de Vic. Lo contrata con el canónigo Despujol en 1420 y es el más importante de Cataluña junto con el de la catedral de Tarragona. Su excelente conservación y la permanencia de la policromía parcial, sobre el color no disimulado del alabastro, producen un gran efecto sobre el espectador. Contrasta la larga elegancia de ciertas figuras de bulto, como san Pedro, con la talla corta de quienes componen los grupos en relieve.